martes, 20 de marzo de 2007

Un depredador herido, es todavía más peligroso

Noam Chomsky

En el Oriente Medio rico en energía, solo dos países han dejado de subordinarse a las exigencias fundamentales de Washington: Irán y Siria. Y como cabría esperar, los dos son enemigos; Irán, por mucho, el más importante. Como fue norma en la Guerra Fría, el recurso a la violencia se justifica regularmente como una reacción a la maligna influencia del enemigo principal, a menudo con el más cinematográfico de los pretextos. No resulta sorprendente que, a medida que Bush envía más tropas a Irak, sale a superficie la interferencia de Irán en los asuntos internos de Irak –un país, como si dijéramos, libre de toda interferencia extranjera—, en el tácito supuesto de que Washington domina el mundo.

En la mentalidad de Guerra Fría característica de Washington, se pinta a Teherán como la cúspide del llamado “ascenso” chiíta, que se extiende de Irán hasta Hezbollah en el Líbano, pasando por los chiítas del Irak meridional y Siria. Tampoco resulta sorprendente que la “insurgencia” en Irak y la escalada de amenazas y acusaciones contra Irán vaya acompañada de la rencorosa disposición a asistir a una conferencia de potencias regionales con la agenda limitada a Irak.

Presumiblemente, este mínimo gesto de diplomacia pretende apaciguar los crecientes temores y la indignación suscitados por la acrecida agresividad de Washington. Tales preocupaciones se han visto recientemente alimentadas por un elaborado estudio del “efecto iraquí” escrito por los expertos en terrorismo Meter Bergen y Paul Cruickhank, en donde se pone de manifiesto que la guerra de Irak “ha multiplicado por siete la actividad terrorista a escala planetaria”. Un “efecto iraní” podría resultar todavía más grave.

Para EEUUU, el asunto capital en Oriente Medio ha sido, y sigue siendo, el control efectivo de sus recursos energéticos sin parangón. El acceso es una cuestión secundaria. Una vez embarcado, el petróleo puede ir a cualquier parte. El control se entiende como un instrumento de dominación global. La influencia iraní en el “ascenso” desafía el control de los EEUU. Por un accidente geográfico, los mayores recursos petroleros mundiales se hallan, por mucho, en las áreas chiítas del Oriente Medio: el Irak meridional, las regiones adyacentes de Arabia Saudita e Irán, de consuno también con algunas de las mayores reservas de gas natural. La peor pesadilla de Washington sería una amplia alianza chiíta que controlara el grueso del petróleo mundial con independencia de EEUU.

Tal bloque, si llegara a aparecer, podría incluso sumarse al Asian Energy Security Grid [Red Asiática de Seguridad Energética], con base en China. Irán podría hacer aquí las veces de percutor. Si resultara que los planificadores de Bush acabaran por provocar tal cosa, habrían logrado socavar gravemente la posición de poder de los EEUU en el mundo.

Para Washington, la principal ofensa inferida por Teherán ha sido su desafío, que se remonta al derrocamiento del Sha en 1979 y a la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense. En represalia, Washington dio apoyo a la agresión a Irán de Sadam Hussein, que resultó en centenares de miles de muertes. Luego vinieron unas sanciones homicidas y, bajo Bush, el rechazo de los esfuerzos diplomáticos de Irán.

El pasado julio, Israel invadió el Líbano, la quinta invasión desde 1978. Como antes, el apoyo de EEUU fue un factor decisivo, los pretextos no resistieron la inspección y las consecuencias para el pueblo libanés fueron graves. Entre las razones pretextadas para la invasión del Líbano por parte de EEUU e Israel estaba la de que los cohetes de Hezbollah podrían resultar disuasorios de un ataque norteamericano-israelí a Irán. A pesar del ruido de sables, sospecho que no es probable que la administración Bush ataque Irán. La opinión pública, en EEUU y en el resto del mundo, es abrumadoramente contraria. Ocurre, además, que los militares y los servicios de inteligencia norteamericanos son contrarios también. Irán no puede defenderse de un ataque de EEUU, pero puede replicar de otra manera, por ejemplo, incitando a más desórdenes en Irak. Algunos lanzan voces de alarma harto más graves: entre ellos el historiador militar británico Corelli Barnett, que ha dejado negro sobre blanco lo que sigue: “un ataque a Irán desencadenaría efectivamente la tercera guerra mundial”.

Ello es que un predador se vuelve más peligroso, y menos predecible, cuando está herido. En la desesperación por salvar algo, la administración Bush podrían incluso avilantarse a mayores desastres. Bush y su administración han generado una catástrofe inimaginable en Irak. Han sido incapaces de instituir allí un estado cliente fiable, y no pueden retirarse sin arriesgar la posible pérdida del control de los recursos energéticos de Oriente Medio.

Entretanto, puede que Washington trate de desatabilizar Irán desde dentro. La mezcla étnica en Irán es compleja; buena parte de la población no es persa. Hay tendencias secesionistas, y es probable que Washington busque ponerlas en estado de agitación (en el Juzestán, en el Golfo, por ejemplo, en donde está concentrado el petróleo iraní, una región de amplia mayoría árabe, no persa).

La escala de amenazas sirve también a efectos de presionar a terceros, a fin de que se unan a los esfuerzos estadounidenses para estrangular económicamente a Irán, con un predecible éxito en el caso de Europa. Otra consecuencia predecible, y presumiblemente querida, es inducir a los dirigentes iraníes a exacerbar la represión, fomentando el desorden a la par que se debilita la posición de los reformadores.

También se hace necesaria la demonización de esos dirigentes. En Occidente, cualquier declaración montaraz del Presidente Ahmadinejad se convierte rápidamente en titular de primera página, dudosamente traducida las más veces. Pero Ahmadinejad carece de control alguno de la política exterior, que está en manos de su superior, el Dirigente Supremo Ayatollah Ali Jamenei. Los medios de comunicación estadounidenses tienden a ignorar las declaraciones de Jameini, sobre todo si son de tono conciliador. Se informa con alarde salvaje de que Ahmadinejad dice que Israel no debería existir, pero se acompaña con el silencio la declaración de Jameini de apoyo a la posición de la Liga Árabe en la cuestión Israel-Palestina y su llamada a la normalización de relaciones con Israel, si se aviene a aceptar el consenso internacional respecto a la resolución sobre los dos estados.

La invasión estadounidense de Irak actuó virtualmente como un resorte impulsor del desarrollo iraní de armas nucleares disuasorias. El mensaje era que EEUU atacaba a su buen placer, si el objetivo carecía de defensas. Irán se halla ahora rodeado por fuerzas estadounidenses en Afganistán, Irak, Turquía y el Golfo Pérsico, y tiene muy cerca las potencias nucleares que son Pakistán e Israel, la superpotencia regional, gracias al apoyo de EEUU.

En 2003, Irán ofreció negociaciones respecto de todas las cuestiones importantes, incluidas las políticas atómicas y las relaciones Israel-Palestina. La respuesta de Washington fue censurar al diplomático suizo que hizo de mensajero. Un año después, la UE e Irán llegaron a un acuerdo para que Irán suspendiera el enriquecimiento de uranio; a trueque de eso, la UE proporcionaría “garantías firmadas en materia de seguridad” –en críptica alusión a las amenazas israelo-norteamericanas de bombardear Irán—.

Aparentemente bajo presión estadounidense, Europa no se atuvo al trato. Irán reemprendió entonces las labores de enriquecimiento de uranio. Un verdadero interés de Washington en prevenir el desarrollo iraní de armamento nuclear le habría llevado a sostener el acuerdo logrado por la UE, a acordar negociaciones significativas y a sumarse a otros en el empeño de integrar a Irán en el sistema económico internacional.

Noam Chomsky, el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial, es Profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

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