Colaborador de Milenio en su sección internacional, el analista argentino Roberto Bardini reflexiona en un artículo sobre “Washington, Chávez y los ‘hijos de puta’”. Aborda allí, obviamente, el tema de la preocupación estadounidense por la actitud cada vez más altanera del presidente Chávez, un verdadero foco de infección para América Latina según el parecer de John Dimitri Negroponte, ex embajador de EUA en México y permanente gurú de la inteligencia norteamericana.
Podemos decir de Chávez lo que queramos, pues él se ha encargado de atizar los enconos con una facundia pendenciera, nada diplomática. Pero de eso a, como Negroponte y quienes lo escuchan, considerar que los EUA temen por nuestras democracias es casi creer que Irak es hoy una sucursal de Disney.
Bardini expresa: “La actual intranquilidad de Estados Unidos respecto a la Venezuela bolivariana del presidente Hugo Chávez contrasta con su despreocupación en el pasado hacia otros países hispanoamericanos dominados por personajes nefastos. Se pueden mencionar, por ejemplo, la República Dominicana de Trujillo (1930-1961), El Salvador de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944), la Nicaragua del clan Somoza (1937-1979), el Paraguay de Stroessner (1954-1989) y el Haití de los Duvalier (1957-1986). Entre los años 60 y 80, Washington respaldó a una serie de tiranuelos centroamericanos y dictadores sudamericanos que iban desde el guatemalteco Efraín Ríos Montt hasta el argentino Jorge Rafael Videla y el chileno Augusto Pinochet. A todos ellos les calzaba como anillo al dedo la célebre frase del cuatro veces presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), promotor de ‘la política del buen vecino’, al referirse al primer Somoza (…): ‘Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta’”.
Los planteos de Negroponte sobre el poder absoluto del chavismo y su peligrosa radiación al exterior no son, pues, los de un demócrata, sino de lo contrario: de un representante del país que se ha caracterizado por auspiciar a los peores criminales políticos de la historia latinoamericana, como lo demuestra la siniestra lista de asesinos que organizó Bardini para solaz de los olvidadizos. Vigilarán a Chávez, sí, y “uno puede preguntarse por qué Washington no siguió más de cerca o adoptó una posición ‘más activa’ en los casos de Trujillo, Hernández Martínez, el clan Somoza, Stroessner, los Duvalier, Ríos Montt, Videla y Pinochet. Porque Chávez tiene algunas diferencias con todos ellos. Para empezar, su vínculo con las urnas”. Negroponte me recuerda a Fox, a Calderón, a muchos insignes demócratas: saltan pedazos de lengua cuando hablan.
rutanortelaguna@yahoo.com.mx
Podemos decir de Chávez lo que queramos, pues él se ha encargado de atizar los enconos con una facundia pendenciera, nada diplomática. Pero de eso a, como Negroponte y quienes lo escuchan, considerar que los EUA temen por nuestras democracias es casi creer que Irak es hoy una sucursal de Disney.
Bardini expresa: “La actual intranquilidad de Estados Unidos respecto a la Venezuela bolivariana del presidente Hugo Chávez contrasta con su despreocupación en el pasado hacia otros países hispanoamericanos dominados por personajes nefastos. Se pueden mencionar, por ejemplo, la República Dominicana de Trujillo (1930-1961), El Salvador de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944), la Nicaragua del clan Somoza (1937-1979), el Paraguay de Stroessner (1954-1989) y el Haití de los Duvalier (1957-1986). Entre los años 60 y 80, Washington respaldó a una serie de tiranuelos centroamericanos y dictadores sudamericanos que iban desde el guatemalteco Efraín Ríos Montt hasta el argentino Jorge Rafael Videla y el chileno Augusto Pinochet. A todos ellos les calzaba como anillo al dedo la célebre frase del cuatro veces presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), promotor de ‘la política del buen vecino’, al referirse al primer Somoza (…): ‘Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta’”.
Los planteos de Negroponte sobre el poder absoluto del chavismo y su peligrosa radiación al exterior no son, pues, los de un demócrata, sino de lo contrario: de un representante del país que se ha caracterizado por auspiciar a los peores criminales políticos de la historia latinoamericana, como lo demuestra la siniestra lista de asesinos que organizó Bardini para solaz de los olvidadizos. Vigilarán a Chávez, sí, y “uno puede preguntarse por qué Washington no siguió más de cerca o adoptó una posición ‘más activa’ en los casos de Trujillo, Hernández Martínez, el clan Somoza, Stroessner, los Duvalier, Ríos Montt, Videla y Pinochet. Porque Chávez tiene algunas diferencias con todos ellos. Para empezar, su vínculo con las urnas”. Negroponte me recuerda a Fox, a Calderón, a muchos insignes demócratas: saltan pedazos de lengua cuando hablan.
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